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La ermita de las dunas del tiempo

 

 

LA ERMITA DE LAS DUNAS DEL TIEMPO   

Había una vez, en un rincón remoto de uno de los mayores desiertos del mundo, un oasis escondido entre altas dunas inmóviles, dunas de las llamadas "muertas" porque no se movían al impulso de los fuertes vientos que, en ocasiones, arreciaban por aquellos contornos. El oasis, desconocido para la inmensa mayoría de los ocasionales seres que acertaban a pasar de vez en cuando cerca de aquellas dunas enormes y, sin saber muy bien el porque, misteriosas que, con sus altas cimas que amenazaban con sepultarlo todo a su alrededor, llenaban de temor a los integrantes de las escasas caravanas de camellos que acertaban a pasar por sus inmediaciones. No se sabía desde cuando estaban allí aquellas formaciones de millones de granos de arena, ni como se formaron, ni porqué, los tuareg las llamaban "Las Colinas del Tiempo"  como algo que estuviese allí desde el principio de los tiempos y se resistiese a dejar de estar, eran altas y, aparentemente no había forma de traspasarlas, nadie había encontrado jamás un camino entre ellas, un resquicio por el que infiltrarse y nadie sabia lo que había tras sus moles, además, tampoco nadie tenía intención de investigar y por eso el misterio crecía a través de generaciones de nómadas del desierto que, en ocasiones, plantaban sus jaimas al abrigo de ellas. Las dunas parecían mirar desde su altura lo que les rodeaba, arenas y rocas sin ningún rastro de vida aparente, caravanas que con temor reverencial, trataban de pasar lo mas rápido posible junto a ellas, alguno que otro tuareg que plantaba su tienda al pie con su familia y sus camellos pero al no encontrarse agua, poco tiempo permanecían allí y la soledad de las dunas era total en la inmensidad del desierto. Desde hacía siglos se contaba una leyenda en las noches frías y estrelladas del desierto, alrededor de las hogueras los hombres susurraban una historia vieja que habían aprendido de sus padres, y estos de los suyos y se había pasado de generación en generación con respeto y, añadido, un poco de miedo, pues nadie sabía si era cierta o solo leyendas. Ya se sabe que los beduinos son muy creyentes en leyendas del desierto, historias mas o menos creíbles pero casi siempre encerrando alguna maldición. Sin embargo, las mujeres en la oscuridad de las jaimas se contaban la misma historia con satisfacción, incluso queriendo ser protagonistas de la misma, para ellas era como una liberación del trabajo diario, de los malos tratos que les daban sus maridos, del rigor del desierto siempre apurando la Vida en sus últimas posibilidades, el polvo, la arena, la falta de agua que, casi siempre, era angustiosa. Una noche una tribu de beduinos montó sus jaimas al pie de las Dunas del Tiempo, solo por una noche, a la mañana siguiente tenían previsto continuar su camino y no volver a pasar por los alrededores de aquellas amenazadoras dunas, tan altas y misteriosas. Tras la frugal cena, consistente en unos dátiles secos, queso de oveja y algo de leche, se sentaron en torno a la hoguera a comentar las cosas del día como hacían siempre. De pronto, uno de ellos pidió al mas anciano que les contase la Leyenda de la Ermita de las Dunas del Tiempo, éste, guardando silencio unos instantes, comenzó una historia que había contado cientos de veces... Hace muchos siglos, cuando el desierto aún no era desierto y los ríos corrían por lo que hoy son arenas, éstas dunas ya estaban instaladas aquí, nunca se movían de su sitio, no eran como aquellas que parecen caminar con el viento, éstas no se han movido jamás de donde se encuentran ahora a nuestras espaldas y la gente estaba intrigada, decía que el tiempo al otro lado de ellas no transcurría, que se detenía y todo aquel que traspasaba los límites de las dunas se quedaba atrapado en el tiempo para siempre y  no podía volver a su casa. Desde siempre han desaparecido mujeres y sus hijos, mujeres que eran maltratadas por sus maridos, éstos, como si una maldición les persiguiese, una vez desaparecidas sus mujeres fueron cayendo en desgracia, perdiendo sus ganados, sus jaimas y sus camellos hasta quedar en la más absoluta de las miserias.  Pronto se corrió la voz de que era un hombre que vivía al otro lado de las Dunas del Tiempo que se llevaba a las mujeres maltratadas para protegerlas a ellas y a sus hijos, echando una maldición al marido para que en poco tiempo se hundiese en la más absoluta de las miserias. Siempre que se tenían noticias de alguna mujer maltratada por un hombre, ésta, al poco tiempo, desaparecía de la faz de la Tierra y, con ella, toda su prole de hijos e hijas, y, efectivamente el marido caía en desgracia. Con ello, han sido cada vez menos los hombres que han maltratado a sus mujeres, mas que nada por el miedo de caer en desgracia y ser miserables el resto de su vida, lo cual ha sido de una gran ayuda para las mujeres, cuando son maltratadas invocan al Hombre de las Dunas y el marido ceja en sus daños por si acaso. Yo... la verdad no creo en el Hombre de las Dunas, pero por si acaso nunca he maltratado a una mujer, por eso soy viejo y sabio, por eso soy vuestro mulá espiritual, porque sigo las enseñanza de Alá y no voy contra su Ley. Una vez mas los hombre menearon la cabeza en señal, dando de asentimiento como de incredulidad, y al poco rato, con la hoguera siendo apenas unas débiles brasas, se fueron marchando a sus jaimas a conciliar el sueño pues a la mañana siguiente les tocaba continuar su camino. 

Un hombre se quedó hasta el final, era el último que estaba sentado frente a la agonizante hoguera, cuando estuvo solo, se levantó parsimonioso y, dirigiéndose a las Dunas del Tiempo, se introdujo en un estrecho pasillo apenas visible si no se conocía su existencia. Durante un largo rato caminó por el desfiladero estrecho donde apenas cabía un hombre, y durante toda la noche caminó siguiendo un curso por él bien conocido.

 Con las primeras luces del alba, desembocó al otro lado de las Dunas del Tiempo y contempló el espectáculo que se ofrecía a sus ojos, unas construcciones mas bien primitivas, pero sólidas, mujeres que acudían al lago que estaba en el centro del oasis donde crecían innumerables palmeras datileras, niños corriendo y jugando a pesar de lo temprano de la hora y, en un promontorio pequeño, la edificación de una especie de templo, una ermita erigida con adobe que era el material mas sencillo de fabricar, un poco frágil pero la falta de lluvias lo hacía seguro. Unas mujeres levantaron la cabeza y lo vieron aparecer  al final del pasadizo entre las dunas, al instante dieron la voz y todas corrieron junto a los niños a saludar al Hombre de las Dunas, el que les había salvado de su destino incierto y les protegía en el oasis donde el tiempo se había detenido, donde nadie envejecía y todos permanecían con el mismo aspecto que tenían cuando fueron llevados por el Hombre. Ésta vez no, hoy no había traído a nadie con el pues las mujeres de la caravana que se estaría marchando en aquellos momentos no eran maltratadas por sus maridos, pero los tendía vigilados y en caso contrario volvería para rescatarlas de su destino... Al fin y al cabo, durante tantos siglos el Hombre de las Dunas hacía su labor en favor de los desvalidos... y las mujeres musulmanas se lo agradecían pues con eso evitaba abusos y vejaciones. El Hombre de las Dunas se sentó satisfecho a contemplar su obra y dio las gracias a Alá por haberle dado el don que poseía... el  Amor.  

 

  RafaEl Mago de la Chistera27 de junio de 2006      

 

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